Una Propuesta de Marcos Krivocapich: Te he fallado.
Hoy voy a empezar con una línea puramente biográfica: hago teatro desde que tengo 8 años. Es decir, hace 18 años que me vinculo de manera pasional, laboral, profesional y conflictiva con las artes escénicas.
Una de las características casi ontológicas del teatro, y sobre todo del teatro porteño, tiene que ver con la relación entre alumnos y maestros. Es factible que esta relación esté basada en la realidad económica de los trabajadores de la cultura vinculados a las artes escénicas: trabajos precarizados, alta dependencia de los favores del gobierno de turno en materia de políticas económicas, series de lobbys más o menos accesibles que abren la puerta a fuentes de financiamiento y la imperiosa necesidad de encontrar formas de generar ingreso económico entre proyectos con financiamiento asegurado. Acá es donde se abre una línea bien conocida para todos aquellos que nos dedicamos a alguna actividad vinculada con las artes escénicas: los cursos y talleres. Cursos de dirección, de dramaturgia, de actuación. Espacios de sociabilización y formación que siempre están atados a la figura de un único maestro o maestra y que, naturalmente, se convierten en un lugar para conocer y ser conocido. A partir de estos espacios es que se generan vínculos laborales y largos etcéteras, pero sobre todo, estos espacios son en los que las personas decididas a conformar una carrera artística suelen descubrir la figura paterna/materna a la cual se pegaran estilística y cariñosamente en búsqueda de un camino.
En otros casos, es el maestro el que elige a su alumno, pero en ambas situaciones podríamos decir que nos encontramos ante un armado similar al de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel: el encuentro entre dos conciencias que se limitan en vínculo definitorio. Una especie de círculo vicioso de negación (“soy el maestro porque no soy el alumno” contra “soy el alumno porque no soy el maestro”) que modelan la experiencia de cada una de estas conciencias con efectos materiales en la vida de cada uno.
Acá el original del meme, capítulo 3 de la primera temporada de El Laboratorio de Dexter (1996), primera aparición de Cerebro. Dexter desespera de envidia, abre su locker y le llora a una imagen de Einstein: “Perdón, mentor. Te he fallado”.
En este sentido, el discípulo (que suele ver su trabajo escondido o degradado por detrás del trabajo del maestro por meras lógicas de representación y difusión estructurales) toma del maestro lo mismo que el maestro le entrega: reconocimiento. Dos conciencias que se encuentran atrapadas en una lógica dialéctica que precisa de un salto, la creación de una síntesis que, como ya mencioné, tiene consecuencias materiales y productivas.
Sin respuestas claras para esta síntesis, voy a tomar como ejemplo dos series que terminaron de emitir sus temporadas hace pocos meses. La primera es Obi Wan Kenobi (2022), que narra la vida de Ben Kenobi entre el final del episodio III de Star Wars (2005) y el episodio IV (1977).
La relación entre Obi Wan y Anakin Skywalker (quien está destinado inexorablemente a convertirse en Darth Vader) es una de las más trágicas y shakesperianas del cine contemporáneo.
Breve racconto:
Un joven Obi Wan Kenobi y su maestro jedi Qui-Gon encuentran a un niño humano con altos grados de sensibilidad en la fuerza (la energía mística de la que todo está compuesto y a todo une y de la que los jedi y sith extraen sus poderes) llamado Anakin Skywalker. Enfrascados en una guerra eterna entre el bien (los jedi) y el mal (los sith), la aparición de Anakin parece responder a una antigua profecía jedi de que llegaría al universo un ser tan poderoso que le devolvería el balance a la fuerza. La cuestión es que Anakin llega en un momento de supremacía jedi, por lo que la pregunta que deja el eventual salto de Anakin al lado oscuro y su conversión en Darth Vader es si acaso no era su caída al lado oscuro la forma de balancear la fuerza. Aun así, sin conocer el final de esta historia y con la muerte de Qui-Gon al final del episodio I de Star Wars, Obi Wan debe hacerse cargo de la tutoría del joven, poderosísimo y violento Anakin, fallando en su misión frente a las tentaciones del lado oscuro y la eventual caída de la República.
Últimos 20 minutos de “Star Wars: La venganza de los Sith” (2005). En el enfrentamiento final entre Anakin y Obi Wan Kenobi en el planeta volcánico Mustafar, es el maestro el que se disculpa. Después le corta las piernas y lo deja muriendo entre lava, donde lo encontrará el Emperador Palpatine para terminar de convertirlo en Darth Vader.
La serie de Obi Wan Kenobi transcurre diez años después de que la República Intergaláctica caiga en manos del Imperio y aproximadamente diez años antes del ascenso de Luke Skywalker en la trilogía original como la nueva esperanza frente a quien, aún no sabe, es su padre.
Pero volviendo al hilo, al razonamiento completamente volátil y aleatorio que guía estas entregas, lo que importa de la serie de Obi Wan es cómo él vive su rol de maestro. Para empezar, él no eligió a su discípulo. Obi Wan Kenobi puede ser reconocido como uno de los jedi más pone huevo de la saga: no es el más fuerte, no es el más inteligente, pero es el que más convencido está del camino de la fuerza, de los valores que los jedi defienden, y de la necesidad de hacer el bien. Frente a este bastión moral se enfrenta el mega poderoso, temerario y canchero Anakin, uno de los jedi (y luego caballero sith) más pulenta de la historia de la galaxia.
Sea por la leyenda jedi y un destino inalterable, o la verdadera incapacidad de Obi Wan para hacerse cargo de tal labor, en este primer caso lo que vemos es un maestro que no sólo fue superado por su alumno, sino que aparte tomó todas las decisiones que eran su responsabilidad enseñarle a no tomar. Pero la hipótesis que arroja la serie de Kenobi sobre la dialéctica maestro-discípulo es una de épica indivisible. La serie es un compendio de seis capítulos en los que vemos a un personaje realizar un luto, como maestro jedi y como mentor de Anakin. Pero en su fracaso, Obi Wan sólo es capaz de liberarse cuando el propio Vader reconoce que Anakin ya no existe, ya no es más que los escombros de una personalidad enterrada bajo montañas de odio y resentimiento. Es decir, en este caso, la única forma de romper la lógica se da a través de la muerte de una personalidad, o lo que podría ser en términos del sociólogo de la interacción Erving Goffman, la puesta en escena de una nueva máscara, que esconde la anterior.
De este modo, la tragedia vincular, como toda tragedia, tiene un solo final posible: la síntesis es la muerte de alguna de las dos partes del círculo vicioso.
En segundo lugar, tenemos la serie Hacks (2021), que terminó su segunda temporada hace unos meses. Esta serie narra la relación entre Deborah Vance, una comediante ya mayor que lucha por sostener una relevancia que le es cada día más lejana, y Ava Daniels, una guionista perteneciente a la denominada Generación Z que no tiene más opción que trabajar para ella tras ser cancelada por un tuit sobre un senador enclosetado.
En el primer capítulo de la primera temporada de la serie, titulado “There is no line”, cuya traducción podría ser “No hay línea”, Deborah Vance le regala a Ava su primera lección: el humor no tiene límites, el problema no fue que dijiste algo que no debías, sino que tu chiste no fue gracioso.
A partir de esta escena se formula un derrotero de situaciones conflictivas y humorísticas vinculadas a la relación que entablan y construyen Deborah y Ava, tanto desde el lado de empleadora/empleada, como el de maestra/discípula. A diferencia de Obi Wan Kenobi, que intenta enseñarle a Anakin los beneficios de tolerar la tentación del mal, Deborah le demuestra una y otra vez a Ava la forma de sobrevivir en una industria tan pantanosa y venenosa como la industria del espectáculo, siendo la mayoría de las veces ella misma la personalidad más pantanosa y venenosa de la vida de Ava. Pero es en este punto donde Hacks aparece como una especie de síntesis/reverso para lo que es la síntesis que arrima Obi Wan Kenobi. Mientras que Kenobi no puede soltar a Anakin hasta reconocer su muerte simbólica, en este caso es Ava la que no puede soltar a Deborah, más allá de que esto implique su subsecuente y constante muerte simbólica: ninguneada, maltratada, subestimada, la fuerza de la admiración (¿y podríamos decir “cariño”?) impulsa a que el círculo dialéctico siga fagocitándose a sí mismo, como una serpiente que se muerde la cola. Y es que, además, en el caso particular de Hacks, aunque se podría debatir que ambas le dejan mucho que desear a la otra, es en la mayoría de los casos Ava la que falla al acuerdo entre maestra y discípula, pero es siempre ella la que desea volver o sostenerse en esa situación.
Por supuesto cabe destacar que, a diferencia del universo Star Wars (ahora propiedad de Disney), donde los dramas éticos son mucho más polares y explícitos que en una serie de HBO Max para adultos sobre contemporáneos en nuestro propio planeta, en Hacks se retratan personalidades fallidas, complejas y volumétricas, pero que aún así, repiten esta lógica dialéctica. En su aprendizaje, Ava reconoce y legitima la existencia de Deborah, mientras que el reconocimiento que Deborah le entrega a Ava termina resultando, en la balanza del personaje, en un saldo positivo.
Sin querer spoilear el final de la segunda temporada, podríamos decir que la síntesis que esta serie pareciera proveernos es la de la profesionalización del vínculo. Resulta innegable que el vínculo entre maestro y discípulo está sedimentado sobre la construcción de la habilidad en una actividad particular (en los casos presentados, la comedia, por un lado, y el manejo de la Fuerza, por el otro). La cuestión está en que la intimidad y el tiempo que pareciera requerir la formación en un oficio o labor implica la construcción de un vínculo emocional. Pero este vínculo emocional sigue regulado por las fuerzas del mercado capitalista: la producción y la alienación. Siendo tal el caso, la síntesis que pareciera ofrecernos Hacks es la de superación por profesionalización. Negar la sentimentalidad en pos de un futuro en el mercado laboral. Enmascarar el vínculo en otro para permitirse la distancia. Enmascarar al discípulo en colega, aunque este no quiera, para sobre llevar el futuro. Para abandonar la propia idea de fallar. De fallarle a alguien. Tanto como maestro o discípulo.
En A puerta cerrada (1994) Sartre escribe algo así como “El infierno son los demás”. Esto es porque los demás nos limitan, nos definen y construyen de nosotros lo que nosotros mismos no nos permitimos nombrar. Vivir en sociedad puede ser un infierno, y formarse en una actividad milenaria, como sean las enseñanzas jedi como el fino arte de la comedia, o el mismísimo teatro, puede ser una actividad de alto desgaste emocional. Por lo pronto, yo puedo contar personas que han sido y siguen siendo mis maestras con los dedos de la mano, y no puedo dejar de preguntarme, desde lo pueril de mi edad y posición, cuál será la síntesis que en algún momento me libere a mí y a otros de ese círculo vicioso. Si es que acaso no existen otras formas de vincularnos, de enseñarnos, de generar espacios de trabajo.
No lo sé.
Pero este derrotero de ideas, comparaciones y posibles soluciones fue tanto para ustedes como para mí.
Espero haya servido de algo.