Una Propuesta de Amit Duek: David y Jonatán
El Antiguo Testamento cuenta una de las historias de amor más hermosas que conozco, la historia de David y Jonatán. Ya lo sé, es una forma extraña de empezar, somos jóvenes, modernxs. Yo tampoco me imaginé conmovido leyendo la Biblia y tampoco sabía que había putos canónicos en el universo cinematográfico de dios. Crecí en una casa laica, con padres bastante zurdos. Dios no estaba prohibido pero tampoco promocionado y yo sabía que era judío pero no sabía por qué ni de qué se trataba eso. Lo que sabía de religión lo había aprendido en casa de Lucero. Ella fue mi única amiga católica y, desde el día en el que le avisé (¿o pedí?) a su familia que no dejaran de rezar en la mesa porque yo estaba ahí, me explicó lo que sé hasta hoy. Un tiempo después la acompañé a misa y la escultura de un Jesús muerto, desnudo y con un tajo en las costillas me impresionó y excitó a tal punto en que tuve que irme por la conmoción. Detrás de mi respeto se escondía una curiosidad que rozaba lo morboso.
Volviendo a David y Jonatán, la historia es la siguiente (y pido perdón a estudiosos por los errores, espero sus inevitables correcciones): Durante la lucha del rey Saúl de Israel contra los filisteos, David mata al gigante Goliat, esa nos la sabemos. Le entrega la cabeza del gigante a Saúl, que se fascina con él y su leyenda (el que mató a un gigante, el valiente y -esto es importante- el hermoso) y, mientras hablan, el hijo de Saúl, Jonatán (podríamos decirle Jonathan, pero Jonatán me gusta mucho más) se enamora de David apenas lo ve. No son mis palabras (ojalá lo fueran) sino las de la Biblia: “el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo”. Y lo amó como a sí mismo. Después hacen un pacto, solo ellos, en el que Jonatán se desnuda y le ofrece su túnica, su espada, su arco y su cinturón para vestirlo (!!!). En hebreo, eso que llamamos pacto se traduce como ligadura o atadura y refiere a una unión en la que se conspira. No paro de pensar en ese pacto de dos que conspiran, que crean una institución alrededor de lo que consideran lo verdadero y justo, una alianza que se sostiene en una confianza profunda y que siempre se ilustra con un abrazo entre ellos en medio de la nada, lejos de los ojos del pueblo. ¿Cómo saber que el otro no nos traiciona o responde a sus propios intereses por encima de los de la alianza? ¿Cómo justificar la entrega? Eso tiene que ver con dios. Pero voy a ir a eso más tarde.
Con ese manto David se pone al frente del ejército de Saúl, que pasa de la admiración a la envidia y lo manda en misiones ridículas esperando a que sea asesinado. Por ejemplo (otro día podríamos hablar de la obsesión fálica en los textos sagrados), que mate a cien filisteos y le traiga sus prepucios para darle a su hija Mical en matrimonio. Durante el casamiento intenta matarlo de nuevo pero David escapa con ayuda de la novia y por consejo de Jonatán (a esta altura, ya van dos hijxs que, movidos por una intervención divina siempre del lado de David, lo prefieren por sobre su propio padre). David se exilia y Saúl sigue persiguiéndolo, pero Jonatán nunca lo traiciona. Hasta renuevan su pacto, y esa es la última vez que se ven porque entonces pasa lo que pasa cada vez que dos putos se aman en una historia clásica: Jonatán muere en la guerra, al mismo tiempo que Saúl.
David queda devastado. El que todo lo puede, el que venció a leones, osos y gigantes se desarma con la muerte de Jonatán. La alianza es inquebrantable, lo que me hace pensar que su corazón, enlazado, muere con Jonatán. Y hace lo mismo que yo haría con un gramo de su poder y el peso brutal del luto de un amante: se desgarra las vestiduras (no metafóricamente, las mismas con las que lo vistió Jonatán) y hace que todo el pueblo aprenda un lamento que escribe y por el que conozco esta historia:
Elam Rotem / The Lamentation of David
No sé si prestaron atención a esos diez minutos de maravilla absoluta pero les pido que atiendan al final:
Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán,
Que me fuiste muy dulce.
Más maravilloso me fue tu amor
Que el amor de las mujeres.
Cada vez que lo leo o lo escucho me estremezco entero. Me hace doler el pecho. Ahí, rápido, para no darme paz, vienen las lecturas. Que era una amistad intensa y platónica, que eran compañeros de casa, que su unión era divina. Y aunque es más que evidente una lectura carnal de su relación, pienso: ¿y si no era lo uno ni lo otro? ¿Y si no era una amistad platónica y homosocial o una relación amorosa homosexual? ¿Y si eran ambas y ninguna? ¿Quién podría explicar la delicada complejidad de los vínculos que nos unen, no solo entre nosotrxs sino con lo que nos rodea? En la interpretación judía, el amor muere con el ser amado si los motivos son egoístas y solo el amor desinteresado sobrevive al olvido. ¿Y si ese amor era una experiencia tan inenarrable, tan cercana a la fé, que no podía ser contenida por la palabra? Su amor no sobrevive por eludir el erotismo, sino porque iba tanto más allá del interés sexual o, en todo caso, bélico y político. Amar a otro como a uno mismo. En la Biblia, es dios quien cuida a David a través de las manos de Jonatán: están destinados al enlace, unidos en un encuentro profético (¿qué putx no amó con esa intensidad?). Jonatán protege a David, David recuerda a Jonatán. La pasión, entonces, es un regalo de dios. Casi una excusa. No por eso se eximen de la traición ni de la pérdida, sólo pueden creer ciegamente en la sensación profunda, visceral, de que se hace lo correcto y no se mira atrás.
Me gusta leer estas historias imaginando a quienes, como yo, buscan explicaciones para el amor, el espanto, lo desconocido. Nunca sé qué significa creer en dios pero cada vez creo más que es un hilo invisible que me une con el mundo que me rodea y todo lo que lo habitó, lo bueno, lo malo, lo otro. Que dios no es más que las manos con las que protejo mis alianzas y la confianza con la que me entrego a ellas. Vuelvo siempre a David y Jonatán porque me conmueven como la primera vez: me recuerdan que hay algo más allá de lo que puedo nombrar, una red compleja, delicada. Vuelvo a David y Jonatán porque me recuerdo a mí mismo el enlace imperecedero que hago con cosas perecederas, mortales, una forma de recordar, una forma de mantener algo vivo.
Gilgamesh y Enkidu para la parte II!